Hay personas que son capaces de pensar con una enorme claridad. Otras, pensando no llegan muy lejos. Pierden el hilo a la vuelta de cada esquina y tienen que estar buscando todo el tiempo el punto de partida para saber qué era lo que querían decir. Yo soy una de esas. Solo escribiendo puedo pensar las cosas hasta el final. Las ideas van cobrando claridad a medida que veo las palabras escritas delante mío. Tengo la impresión de que es así porque en el resto de las esferas suelo confiar sobre todo en la vista, que por lo tanto pasó a ser mi sentido más agudo. Si puedo ver lo que hace un instante no era más que pensamiento, la idea queda liberada,se transforma en la imagen escrita del proceso de reflexión y puede continuar pensándose hacia adelante. Si escribo a mano es absolutamente imposible que surja una imagen. Eso se debe a mi caligrafía (¡hijo de médico!), y a que siento que lo que escribo de puño y letra sigue siendo parte de mi pensamiento y no de lo que se abarca con la mirada. Durante mucho tiempo fui apuntando mis sueños en medio de la noche, entredormido. Me forzaba a cumplir, aun sin despertar, con una disciplina que yo mismo me había impuesto. Pero por la mañana esos garabatos eran imposibles de descifrar. Su sentido se había volatilizado, tal como sucede con los sueños, que con cada segundo que pasa después de amanecer se repliegan en la oscuridad, se retraen y caen en un abismo del que nunca se los puede arrancar —salvo cuando pocas, muy pocas veces, logramos atrapar la punta de un ovillo que quedó como flotando a la deriva y así le sonsacamos otras imágenes a la oscuridad. Pero cuando despertaba y no veía ni un trazo mínimamente comprensible desde lo visual,me quedaba desconcertado mirando esos jeroglíficos con la esperanza imposible de amasarlos para poder formar una palabra que a la vista me resultase familiar. Y ni hablar de que hubiera algún indicio que me permitiera reconstruir qué había soñado. Como fueron muchas las veces que mi propia caligrafía me generó esta dificultad (sobre todo si había pasado cierto tiempo desde que lo había escrito) y como me resultaba imposible desentrañar algo que tuviese sentido (y otros de por sí no hubiesen podido hacerlo), fui aprendiendo con el tiempo a volcarme directamente a la máquina. Antes usaba máquinas de viaje. La última, una Olivetti roja, estuvo dando vueltas un buen tiempo y de vez en cuando recibía cierta atención por caridad. Después llegaron los primeros word processors o «procesadores de texto». Los recuerdo muy bien: las primeras versiones no podían memorizar más que un par de líneas. Había que escribirlas y guardarlas antes de seguir pensando, y el único modo de imprimirlas era en papel térmico. Se hacía con una especie de tinta invisible: una vez que la hoja estaba un tiempo a la luz, era imposible ver nada… Las ideas llevaban una vida a puro riesgo, siempre al filo de quedar desteñidas. (Más allá de que ese papel tenía la fastidiosa tendencia a enrollarse todo el tiempo, como si ya de por sí le molestara revelar lo que cargaba.) Después, por fin, llegaron las computadoras. Mi escritura, y en consecuencia mi modo de pensar, dieron un salto cuántico, no sin antes tener que sobreponerse a un shock: el primer texto que escribí en la primera pc Compaq que tuve se esfumó cuando tenía solo un día de escrito. El resultado fue que toda esa cadena de pensamientos desapareció y fue imposible recuperarla, como un sueño del olvido. Eso no me volvió a suceder nunca y ahora escribo muchísimo más que antes. Escribo en medio de la noche, cuando no puedo dormir, o temprano por la mañana o en cualquier momento del día. Me fascina escribir por el camino. Lo que más me gusta es escribir en trenes y aviones, pero también en taxis, tranvías y autobuses. Las habitaciones de los hoteles me conquistaron tanto como los cafés, los parques y las bibliotecas públicas. Hasta las casillas de observación, esas que no sé qué cazadores instalan en las márgenes de los bosques, me parecen un lugar fantástico. Los textos que están en proceso (como este) se sienten muy a gusto en sitios desconocidos y gozan al mudarse de lugar en lugar. Me pregunto: ¿Estaré pensando mejor? No necesariamente. Solo me he acostumbrado a observar los pensamientos escribiendo. Esta forma extraña en verso que ven aquí me resulta de gran ayuda. Genera patrones, «bloques visuales de ideas» o, de algún modo, una estructura en la que hay una especie de gramática visual que me ayuda a no perder de vista la gramática de los pensamientos. Poco tiene que ver con los «versos» propiamente dichos. Es una forma que responde más que nada al deseo de que las ideas hallen un ritmo que las ponga en movimiento, tal como en el cine, que se vale de la edición para generar un flujo determinado de imágenes. Aplicando este tipo de escritura los pensamientos, en el mejor de los casos, se echan a fluir en una corriente similar. Así como una película puede ser revisada y pulida con un sistema de edición no lineal, la computadora me permite cortar, prolongar, redirigir, explayar, precisar, descartar, superponer, fundir, girar, saltear… Escribiendo la sucesión de pensamientos puede ser increíblemente lúdica. Las ideas pueden servirse de muchos más recursos para jugar que cuando «solo se las pensaba». La escritura, su carácter visual y ese ritmo tan particular, las liberan de su soponcio y las alientan a avanzar. --------- Este texto de Win Wenders del libro Los píxels de Cézanne me parece excelente, como iniciador de esta cadena de pensamientos. hace un tiempo que pienso en el, aparte de ser un director con el que sintonizo en gran manera. Su metodo me parece muy idoneo para mi. Para mi forma de pensar y escribir. me gusta tirar de ciertos hilos de pensamiento a medida que se suceden. Editarlos, pulirlos, tratar de entender porque pienso lo que pienso. En fin, aqui otro juego o modo de empezar a soltar las palabras que parecia que tenia atascadas.